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Iglesia de la Compañía de Jesús

Sobre los restos del gran palacio Amaru-Cancha del inca Huayna Cápac fue edificada, la Iglesia de la Compañía de Jesús, una de las más bellas del Cusco. Se encuentra ubicada en la acera meridional de la Plaza de Armas.

Su fachada de tres cuerpos, inspirada en la portada de la Catedral, forman un conjunto macizo rematado de dos torres con ventanas de «ójos de buey».

El templo tiene forma de cruz. Es de una sola nave asentada sobre arcos con seis capillas laterales que cobijan altares de madera tallada y dorada.

Y bajo la bóveda están las capillas subterráneas rodeadas de laberintos y comunicaciones secretas, donde reposan los restos de ilustres personajes del pasado.

El templo es una verdadera galería de grandes cuadros que decoran sus muros.

Las esculturas de madera tallada de San Jerónimo, San Francisco, La Dolo-rosa y San Isidro forman un conjunto de verdadera valía.

Todos estos tesoros se guardan en el edificio imponente que fue construido en 1651, después que el terremoto de 1650 destruyó la primitiva obra.

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Iglesia de La Compañia Cusco

La Compañía. En primer plano, la pila ornamental de la Plaza de Armas que data del tiempo de la Colonia.

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A un Costado del templo de La Compañia se encuentra el viejo local colonial de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco (Derecha)

Toda la historia:

Si ya en el año de 1616 y en 2 de diciembre mandó el Cabildo secular al Virrey los modelos de la obra y edificios de la Iglesia Catedral de esta ciudad, con los mayores informes dados por los maestros mayores, es en el año de 1623 que se asienta en esta ciudad del Cuzco, la Universidad Regia y Pontificia de San Ignacio de Loyola, cono se llamó cuando su fundación. La que se realizó merced a la bula pontificia del Papa Gregorio XV, en el año primero de su pontificado. Esta bula fue dada en Santa María la Mayor, a 8 de agosto de 1621, en que a petición de su Majestad Felipe IV, confirma y extiende a todas las iglesias, y en particular a este colegio del Cuzco, la gracia de Universidad, hecha a todos los colegios de la Compañía de Jesús, por Bula de Julio III dada en San Pedro a 22 de octubre de 1552 y otra de Pio IV , de 19 de agosto de 1561, con facultad de graduar a los que ganasen cursos en ellas. La misma majestad de Felipe IV, por Cédula dada a 2 de febrero de 1622, concede a este Colegio del Cuzco y hace merced de Universidad regía, bajo el titulo de San Ignacio de Loyola, para que en ella se confieran títulos en bachilleres, maestros, licenciados y doctores en artes, teología y demás facultades; letras apostólicas y cédula real que obedeció el Cabildo, justicia y regimiento de esta ciudad en 17 de octubre de 1622. Volvió a presentar ante el Cabildo secular la Bula y cédulas referidas, el Padre Alonso Mejía, rector de este colegio, en 6 de febrero de 1623, pidiendo se hiciesen por la ciudad las demostraciones de alegría y regocijos y en cuanto al estandarte y las masas que fueron costeadas por los estudiantes – o escolares, como los llamaban en aquella época – o personas de su cargo, por no haber posibilidad en las propias rentas de la ciudad.

Se dio el uso y se confirieron los grados el año de 1648, en virtud de la Bula del Papa Urbano VIII, dada en San Pedro a 19 de marzo de 1634, undécimo de su pontificada. La cédula real referida sobre la erección de esta Universidad y colación de grados con la solemnidad que acostumbran las demás universidades de España y de las Indias y por provincias del Virrey Marques de Mancera, fue dada en 20 de enero de 1848, que se presento ante el Cabildo secular el 15 de febrero del mismo año, publicándose con pregón, luminarias y otras demostraciones de regocijo en el pueblo.

Así rezan las crónicas antiguas, habiendo querido traer esta pequeña síntesis de la fundación de nuestra Universidad, en homenaje a ella, a sus rectores y maestros y, sobre todo, por estar su historia íntimamente ligada a la de la esbelta y bella Iglesia de la Compañía.

El templo de la compañía de Jesús constituye un ejemplo típico de la arquitectura denominada del Plateresco-Xiloformo. Iniciada su construcción en el año de 1571, sobre las ruinas del Palacio de Huaina Cápac, llamado el Amarucancha, que en el reparto de 1532 le correspondió a Hernando Pizarro, a quien se lo compraron Don Diego de Silva y Guzmán y su esposa Teresa Orgoñez, para obsequiarlo a los padres Jesuitas, recién llegados al Cuzco. Con este y otros donativos se construyó la primera iglesia y el primer convento, los que fueron totalmente destruidos por el terrible terremoto de 1650.

Las crónicas del Cabildo, refiriéndose a la nueva construcción que iniciaron de inmediato los Padres Jesuitas, dice lo siguiente: “Los padres jesuitas, habiéndose caído su iglesia en los temblores de 1659, determinaron el fabricar otra más afuera de donde la tenían y otras dos iglesias catedrales a vista. Viendo el señor Obispo que esta era rivalidad con la iglesia catedral con el Deán y Cabildo, en 16 de setiembre del año 1650 sobre si era justo oponerse al intento de los padres jesuitas.

Respondió el Cabildo que diesen su parecer, por escrito, los abogados, quienes reunidos en la casa del Obispo dieron el parecer firmando el Dean Dr. Vasco de Valverde y Contreras y el Licenciado Pedro Arayzeta Villareal, en 29 de setiembre, y el Dr. Antonio de Cartagena y de Santa Cruz, en 23 de dicho mes. Dijeron que se debía hacer resistencia y oposición a la otra fábrica, por el perjuicio que se hacía a la catedral, avecinándose a ella intentaban los padres; pues, de lo ultima del cementerio de la iglesia, hasta la primera torre, de dos que decían había de tener la Compañía, según resultados de los cimientos que estaban abriendo y de la medida que hizo Diego Arias de la Cerda. Obrero mayor de la Catedral, y Antonio de la Coba, alarife, no había más distancia de una a otra de 32 varas o 16 pasos geométricos; y que así ni aún los que el derecho común concede de ámbito a esta iglesia quedaban reintegrados. Propuso la oposición el Dean al Cabildo en 29 de setiembre del mismo año y aunque discutieron si la oposición la había de hacer el señor Obispo o el Cabildo, se determinó, por votación que se hiciese a nombre de cabildo. Pero el Conde de Salvatierra, por carta de 15 de octubre pidió al Cabildo que siendo la diferencia de 6 pasos, solamente más o menos y de deber mucho la república a los padres, cesase cualquier incon viniente y oposición; y que estimaría tuviese el Cabildo con dicho religiosos la mayor armonía. Leyese dicha carta a 27 de octubre, y mandó el Cabildo se hiciese presente al Virrey y se llevase adelante con todo empeño la oposición hacha ante la Audiencia. A los cinco años en 13 de agosto de 1656 hizo requerir el Cabildo al Padre Francisco Cortez para seguir en Lima este pleito que estaba pendiente ante la audiencia. El Dr. Diego Arias de la Cerda, Cura de la Doctrina de Pisac y obrero mayor de la Catedral presentó el escrito ante el Cabildo el 22 de setiembre de 1656, pidiendo se hiciese oposición a la obra, exhortando al Cabildo secular no vendiese a los padres parte alguna de la plaza, siendo despachado está al presente, acabándola en 127 años y levantaron también su campana de cien quintales, la que se rajó el año 1694”.

En otro acápite de dichas crónicas se lee lo siguiente: “El 3 de agosto del año 1656 mandó requerir el Venerable Dean y Cabildo al padre Francisco Patiño, Rector de la Compañía de Jesús, para que no continuase la obra de las tres iglesias, con puertas a la plaza, ni elevasen la campana grande de 100 quintales, como lo tenían determinado. Por pedido del Dr. Diego Arias de la Cerda. Cura de Pisac y obrero mayor de la Santa Iglesia Catedral, acordó el Venerable Capitulo en 22 de setiembre el hacer contradicción sobre la obra y exhortó al Cabildo secular no vendiese parte alguna de la Plaza”.

Como se ve pues, los padres jesuitas, producido el terremoto del año 1650 y la destrucción de los edificios que venían construyendo, iniciaron inmediatamente su reconstrucción, pero como los planos de la nueva iglesia dejaban en mengua a la Catedral ubicado en la misma plaza, se suscitó un curioso pleito entre el Cabildo y la Orden, el que llegó a conocimiento del Virrey. Conde de Salvatierra; quien falló a favor de la Orden. El Cabildo con el Obispo Dr. Don Juan Alonso Ocón a la cabeza, no se conformó con el fallo y apeló ante la Real Audiencia, a pesar de lo cual los padres proseguían en la fábrica del famoso empleo uno de los orgullos de la fe religiosa y de la arquitectura del pueblo del Cuzco. Concluyéndose el año 1668, a los 17 años de haberse empezado la obra y cuando el pleito aún no había terminado.

Su arquitecto fue Don Francisco Domínguez de Chávez y Arellano que como lo dijimos anteriormente contrató sus servicios con el Procurador de la Orden Fray Juan de la Rocha, por la suma de dos mil sesenta pesos fuera de la alimentación. Debe haber sido condición de este contrato, hacer algo superior a lo que el mismo arquitecto ejecutaba para el Cabildo en la fachada de la Catedral. Todo en la fachada del templo de la Compañía revela ese propósito de superar ampliamente en suntuosidad y estilo a la obra del Obispo de aquel tiempo.

Hay en esta fachada, como dice el Ingeniero Benavides, motivos y soluciones felices, pero, el conjunto no llega a superar en grandiosidad, aunque si en perfección a la Catedral.

Este edifico es más severo. Más majestuoso. La compañía de Jesús, es un templo esbelto y elegante, arquitectónicamente bello. Este templo pertenece a: tipo de los llamados de “predicación, que poseen una mayor unidad espacial que las basílicas de 3 o 5 naves.

La nave se acusa en la fachada por un motivo de riquísima exportación plateresca, pero de ese plateresco singular que traduce en piedra la obra, antes del platero propiamente, del carpintero, y que se ha dado en denominar xiloformo.

Se producen en mayor número y complicación – en esta fachada – y en sus motivos los del coro y el púlpito de la Catedral, pero con la sensación de estar comprimida entre la masa de las torres. A pesar de los juicios arquitectónicos un tanto desfavorables del Ingeniero Benavides que dice: “Las mismas torres carecen de unidad, pues el cornisamento que corre por el resto de la composición”, creemos, sin aspirar a la técnica arquitectónica, sino a la simple valoración estética que, la fachada es todo en derroche de arte, en aquel estilo del plateresco-xiloformo.

El remate de las torres, es sin duda la parte más feliz. El barroquismo se acusa violentamente en los ventanales que adoptan las formas de ojos de buey, a través de los cuales pueden ser las campanas, las pilastras pareadas que los guarnecen sirven de base a los cupulines que serán la trasmisión entre el cuadrado del cuerpo del campanario y el cirulo de la cúpula que remata las torres, solución conocida en España y de origen románico, pero que se ha tratado en forma novedosa y feliz.

La planta de la Iglesia de la Compañía, tiene la forma de una perfecta cruz latina, propia del estilo del Renacimiento, orientada de norte a sur de una sola nave.

En el crucero se levanta una excelente cúpula revestida de azulejos, que armoniza con la esbeltez del conjunto y, sobre la que rezan algunas tradiciones llenas de la trágica y movida vida del Virreinato.

La Compañía, por sus torres altas y su fachada longitudinal es frágil y volátil, como los monumentos góticos. La compañía no necesita ya, como la Catedral base y tierras para sostenerse, más bien sube la luz ante los ojos del espectador. La fachada soberbia y profusa, muestra, en las tardes de sol, el triunfo soberano de la riqueza ornamental, armoniosa y elegante, matizada con el tono rosáceo de la piedra que adquiere tonalidades infinitas en la luz o en la sombra.

La magnífica fachada consta de tres cuerpos:

Primer cuerpo: “un vano de entrada formada por jambas de caprichosas y artísticas labores y por un arco escorzano, con filetes múltiples en la archivolta. Cierra el vano una puerta tachonada y con dos aldabones de hierro artísticamente trabajados, ostentando los escudos de la Orden. En las enjutas del arco ha a cada lado, dos fantásticos grotescos o quimeras.

Encima de la puerta de entrada se abre hornacina que tiene la concha y la cartela llena de labores artísticas, y un plinto con los signos I. H. S. A cada lado de la hornacina hay una columna corintia adosada, con anillos de hojas de acanto en el fuste y sobre ménsulas que le sirven de base, donde también se ostentan quimeras.

A ambos lados del vano de entrada hay dos nichos de berenguela donde se destacan cruces escamadas, del mismo material. Ornamentan los nichos dos columnas corintias, adosadas. Encima de cada uno de los nichos hay artísticos escudetes con caprichosos arabescos y quimeras.

Estos nichos están en los intercolumnios de seis columnas – tres a cada lado de la puerta principal – exentas, que se alzan sobre pedestales que tienen sus netos exornados con artísticas tracerías. Dichas columnas son corintias (el capitel corintio-romano) fustes con tres aíllos de hojas de acanto – uno en la base o imoscapo y los otros dos en el primero y segundo tercio, respectivamente.

Sobre los ábacos de las columnas corre el cornisamento, arquitrabe liso y friso exornado son rosetas, florones, hojas y quimeras de delicadas y bellas composiciones. Seguramente que este friso, así como el del segundo cuerpo, constituye la parte más hermosa de la gran fachada. La cornisa formada por filetes y escocías, remata sobre la puerta de entrada formando un frontón arqueado que simula sostener pequeños ménsulas. Los filetes de la cornisa están exornados, en toda su extensión, como ovarios del estilo renacimiento. Sobre el frontón aludido hay dos conchas retorcidas y elegantes.”

“el segundo cuerpo, tiene basamento con finas tracerías de arabescos, rosetas y quimeras. Sobre él se elevan diez columnas, cinco a cada lado de un vano abierto encima de la hornacina del primer cuerpo, de las cuales unas son adosadas y otras exentas, con capiteles compuestos que tienen en los fustes anillos de hojas de acante. En los intercolumnios, entre cada tres y dos, hay una hornacina simulada con molduras geométricas, marcos, frontones y un pequeño vano de luz, encima.

Al centro hay un gran vano que tiene el arco de medio punto, archivolta acornisada – lo mismo que la de los vanos laterales – soberbia, llena de ornamentos, como modillones, ovarios y conchas. A cada lado de este vano se ostenta los escudos de la Orden, con los signos I. H. S., formados por caprichosos y retorcidos dibujos de exquisitas combinaciones y ornamentos como cabezas de ángeles y canastillas de frutas que tienen una significación simbólica, representan el éxito de la propaganda evangélica y combativa de los Jesuitas.

El friso de este segundo cuerpo, es, como se ha dicho antes, tan hermosos y espléndido, como el primero, ornamentado con rosetas, florones y quimeras”.

“el tercer cuerpo, tiene pequeños pedestales sencillos, al centro se abre una hornacina, con las jambas escamas, y a cada lado de ella ornamentándola, hay una columna corintia, adosada, con los fustes exornados con coronas.

Sobre la hornacina se alza un frontón y sobre él un escudete rodeado de lacerias. A los lados hay finos motivos ornamentales como pináculos, espiras conchas, ménsulas, punto de diamante, etc.

Cierra la fachada una gran cornisa en forma de arco trilobulado que tiene en los filetes ovarios finamente tallados. Sobre dicho trilóbulo corre un friso que abarca y envuelve por sus cuatro costados a las torres, formado por ménsulas, que sostienen la cornisa final, y en cada ménsula, alternada, hay una gran roseta.

Remacha la fachada un escudete central, sobre el que se eleva una cruz escamada y a cuyos lados hay templetes que, a su vez tienen por remate pináculos”.

A cada lado de la fachada se elevan dos gallardas y altas torres cuya ornamentación armoniza con la de aquella. Cuadriculas, espiras, pináculos, frontones, modillones cornisas, pilastras, dos cronómetros, enriquecen las caras delanteras de dichas torres, en una distribución proporcional y armoniosa.

Sobre los cubos de las torres e yerguen los campanarios, de ojos alfeizados y ornamentados con pilastras y florones en las enjutas. Sobre el cubo del campanario se eleva otro cuerpo octogonal que luce en los extremos gallardos pináculos. Finalmente se yerguen los senos de las cúpulas que rematan en finos chapiteles cuyas delicadas crucecillas de hierro culminan a una altura considerable, como si quisieran rasgar el firmamento”.

Al tratar de este Templo, como al describir su magnífica arquitectura el Dr. Uriel García, en su obra: “la Ciudad de los Incas”, termina así: “La exuberancia de la flora y la fauna ornamentales, así como los demás elementos decorativos que concurren a la armonía del conjunto de esta hermosa fachada, corresponden a un estilo intermediario entre el plateresco y el barroco – diríamos un estilo propiamente de los jesuitas, pues dicha orden religiosa usó en sus construcciones, un estilo suyo que si bien no era totalmente original, fue en cambio un barroquismo menos dislocante y profuso. Dentro de estilo dominante-barroco – se notan elementos decorativos del sobrio estilo renacimiento y mucho del plateresco”.

Creemos con algunos arquitectos que el estilo predominante en el templo y en especial en la exquisita fachada del Templo de la Compañía de Jesús, es el xiloformo-plateresco.

Tan rico en arquitectura o acaso más, es el interior del Templo de la Compañía de Jesús. Su majestuosidad, se ve armonizada por su mayor altura y amplitud en elevación. Su planta es de perfecta cruz latina, con una sola nave. Tiene ocho arcos formeros, de medio punto, cuatro a cada lado, a más de los arcos del crucero y del presbiterio.

Entre las jambas de cada arco hay dos pilares decorativos, de capiteles corintios, sobre pedestales, también adosados a las jambas. Encima del arquitrabe y friso, corre una cornisa sostenida por modillones. Tanto el arquitrabe como el friso, son lisos. En Las enjutas de los arcos hay labores arabescas que constituyen la decoración interior.

La región arquitectónica más suntuosa, es la del crucero. La magnífica cúpula que no hay otra igual en el Cuzco, se levanta sobre cuatro arcos formeros sostenidos por los mismos muros. En las cuatro esquinas columnatas corintias, dos en cada una, adosadas de fustes exornados con anillos de hojas de acanto y trenzadas. En cada columnata hay un entrepaño y sobre ésta una hornacina, donde están las esculturas de los Evangelistas, apoyadas en cartelas artísticas.

En las cuatro pechinas están las armas de la Orden, los signos I. H.S. formados por artistas tracerías. Sobre la H. se eleva una cruz y debajo de la misma hay una cabeza de ángel y un corazón con tres clavos. Cada escudo está sostenido por un ángel escorzado. En las hojas de los extremos que se abren como alas, están los nombres de José y María.

Sobre las pechinas corre una cornisa en forma de un anillo, sostenida por modillones. Encima, el tambor con cuatro vanos de luz y cuatro hornacinas. Alternadas, entre un vano y una hornacida hay dos pilastras de capiteles corintios. Sobre el tambor viene otro cornisamento sostenido también por pequeños modillones. En el tambor asienta sus bordes la magnífica media naranja, artesonada con nervaturas. La luz suficiente que ilumina la parte interior del templo, en el crucero, penetra por una linterna monóptera, que constituye el remate final de todo el paramento.

La catedral y la Iglesia de la Compañía, de nuestra ciudad del cusco, sea porque su autor poseía una personalidad lo suficiente destacada, sea porque aislado y desprovisto de modelos, se vio forzado hacen obra original, dejándose influenciar, creemos, cobre todo, por el ambiente, o sea porque aplicó la técnica del oficio que tan bien conocía, la carpintería, a otro oficio y a otros materiales, como la piedra, el hecho es que, ambas obras resultan de gran originalidad y lo suficientemente bellas en su concepción y ejecución como para formar escuela, como es efecto así sucedió: la mayor parte de las obras de arquitectura religiosa que se ejecutaron en épocas posteriores, aparecen influenciadas por estos dos grandiosos monumentos del arte cuzqueño de aquel maravilloso siglo.

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